Pureza y pudor en el siglo XXI

En una época marcada por la falta de vergüenza y la hipersexualización, hablar pureza o pudor puede parecer retrógrado o raro. Una mala concepción acerca de lo que es la verdad, nos ha hecho pensar que ser auténtico es sinónimo de convertirse en un libro abierto que debe exponer todo frente a todos, sin recatos y sin prudencia. Volver a recordar la importancia de la pureza y su belleza, es la fuente para recuperar la delicadeza y encanto de ser mujer. En este artículo queremos compartir contigo la maravilla de esta virtud y su relación con el cuidado del corazón.

Definir para comprender

Si queremos tener un conocimiento más profundo acerca de este tema, lo primero que vamos a hacer es definir dos conceptos básicos: pureza y pudor, para luego comprender cómo se relacionan y porqué son tan importantes en nuestra época

Pureza es la virtud que se refiere a aquello que es limpio y libre de toda contaminación, lo cual hace que sea atractivo y bello en sí mismo. La pureza deriva de la virtud capital de la templanza, la cual permite tener el dominio propio necesario para sublimar el amor.

Por su parte, el pudor es la salvaguarda de la intimidad. No se refiere a una virtud, sino a un sentimiento que pone de manifiesto que la persona no es sólo su existencia pública, sino que tiene un altísimo grado de inmanencia que desemboca en esa dimensión personal de lo íntimo del ser.

Tanto pudor como pureza tienen muy mala fama en nuestros días. Muchos piensan, injustificadamente que el pudor se trata de un prejuicio que causa vergüenza, escrúpulo y culpa, especialmente en el campo afectivo y sexual ¡Nada más lejos de la realidad! La filosofía personalista ha rescatado el valor del pudor, dándose cuenta de que éste es una característica propia de la persona (sirva de ejemplo notar que los animales no son impúdicos ni pudorosos) y que a medida que el ser humano se pierde el sentido de lo que es el ser personal, inmediatamente se pone en tela de juicio al pudor y su virtud (la pureza), trayendo como consecuencia una desvergüenza que obedece al olvido de la intimidad.

Algo similar ocurre con la concepción errada que se tiene hoy en día sobre la pureza. Se cree que ésta es sinónimo de represión y castigo, pues es la que limita el aflorar de las pasiones concupiscibles. La pureza tiene una connotación negativa que la pone en el campo de los débiles y pusilánimes, cuando su realidad es todo lo contrario. La pureza, sin ser la más importante ni tampoco la más insignificante, es una virtud. La virtud se define como hábito operativo bueno y viene de la palabra virtus, que en latín quiere decir *FUERZA. *De modo que quien es puro es porque goza a su vez de fortaleza interior.

Pudor, guardián de la pureza

Hemos dicho ya que el pudor es la salvaguarda de la intimidad, por lo tanto, comprendemos que el perderlo nos lleva a dejar de lado lo propio de ser persona, lo más íntimo del mundo interior.

Quien ha dejado de lado el pudor se expone a ofrecerse a cualquiera, incluso a aquellos que no lo van a valorar. Además, no discrimina qué decir y ante quien decirlo, faltando así a la capacidad racional de mantener una sana prudencia. Y, por si fuera poco, al deshacerse de un sentimiento tan importante, queda al arbitrio de sus pasiones y las de los demás, llegando así a “cosificarse” y vivir disperso, dejando que las experiencias pasen sobre él sin llevarlas a la plenitud del mundo interior.

El pudor es como el guardián que tiene las llaves de la intimidad y, por lo tanto, es el encargado de custodiar la guarda de la pureza. Esto va desde la racionalidad y capacidad de nuestra voluntad de poder dirigir nuestros sentidos, hasta el poder llegar a los más altos grados de contemplación, por los cuales distinguimos lo que es bello y vamos integrando nuestro ser de modo armónico y maduro.

Una intimidad integrada es la clave de la madurez, de ahí que cuando los niños van creciendo y se acercan a la pubertad, el pudor se pone de manifiesto, precisamente porque se empieza a descubrir la propia intimidad. La expresión de la madurez es la capacidad de vivir desde un centro integrando todos los aspectos de la vida armónicamente con uno mismo, con los demás, con la creación y el Creador. De modo que, al descuidar el pudor y perder el sentido de intimidad, se interrumpe el sano proceso de maduración y se vive una vida desparramada o dispersa.

Al rescate de la belleza

La belleza es el trascendental del ser que nos habla de su capacidad de ser contemplado y, a su vez, el hecho de poder contemplar procede de la dimensión de intimidad. Por lo que, de aquí se manifiesta lo bello, se disfruta y se obtiene la armonía y unidad que tanto anhela el corazón humano.



La mujer tiene una relación muy estrecha con el trascendental de la belleza, pues por propia naturaleza al hombre le atrae el mirar, en cambio a la mujer le encanta ser mirada. Es decir, que el modo de ser femenino disfruta de ser contemplado. Como la contemplación está dirigida a lo bello, la mujer buscará constantemente “embellecerse” para atraer hacia sí a quien busca el deleite de su alma. Esto, si se mantiene en un sano equilibrio, evitando caer en el extremo de la vanidad y vanagloria, es algo positivo, pues integra aspectos necesarios para la complementariedad que la mujer tiene con el varón.

Una mujer pura y pudorosa es natural, pues integra los aspectos propios de la belleza, que en sí misma se muestra sin mancha alguna. La palabra latina para belleza es pulchrum, la cual traducimos como pulcritud o limpieza. De modo que a medida que la mujer encarna aspectos concretos de pureza y pulcritud, va desvelando la belleza de su ser.

Pudor, pureza y amor personal

Lo propio de ser persona es vivir desde ese espacio de intimidad para poder entregarse a los demás. Cuando se lleva una vida vacía, es decir, sin nada que entregar, se cae en abismos de infinita frustración y desesperanza. De manera opuesta, quien llega a la plenitud es quien se ha encontrado consigo mismo y con los demás, es decir, quien ha experimentado la belleza de amar y ser amado. Esta es la razón por la cual pudor y pureza son la clave para la apertura al amor.

Quien no tiene pudor y no guarda su pureza es incapaz de amar, porque no conoce su propia intimidad, no tiene nada dentro de sí, por lo que no tiene qué entregar. Sólo quien se da cuenta de la radicalidad de su existencia y de la existencia del otro es capaz de aventurarse al amor. Únicamente en la apertura de una intimidad hacia otra se encuentra el auténtico sentido del amor: amor personal, amor hacia los demás, amor hacia el mundo y hacia Dios.

De modo que, para custodiar el tesoro del mundo interior, debemos reconsiderar el pudor y la pureza y salir en su rescate ¡Quien sabe si de ello dependa que la sociedad de este siglo redescubra su centro!

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