Ni sucio, ni malo, ni feo

Empezando por la conocida expresión de “estoy enferma” para referirnos a los días del periodo, la menstruación ha tenido por mucho tiempo en nuestra cultura una connotación peyorativa y vergonzosa.

Sin caer en el extremo opuesto de tratar el asunto sin pudor ni respeto, analizaremos cuáles son los factores que han condicionado un rechazo general a este tema y cómo tratarlo con su justo equilibrio.

Un poco de historia

Parecería que en la mayor parte de culturas a lo largo de la historia se ha considerado la menstruación como algo sucio, impuro o contaminante. Una visión al pasado parece confirmar que ese recelo a la regla puede haber estado presente desde hace miles de años, cuando los cazadores prehistóricos consideraban que el hecho de que sus mujeres se encuentren en sus días acarreaba maldición y propiciaba ataques de animales salvajes. Mircea Eliade, escritor y filósofo rumano, asocia el tabú que ha surgido culturalmente alrededor de la menstruación con cierto misterio y miedo que se tenía en la antigüedad a la sangre. Se observa también el sentido mágico que en algunos lugares se daba al ciclo femenino, su relación con la luna y con poderes ocultos. Plinio el Viejo, en el primer siglo de nuestra era afirmaba que “la menstruación es un instrumento poderoso para el bien y para el mal”, destacando especialmente el mal al afirmar que la menstruación es una desgracia personal y colectiva.

En la antigua Grecia, Hipócrates, considerado por muchos como el padre de la medicina, afirmaba que la sangre menstrual era el producto de los desechos femeninos, teoría de la cual surgió la deformación de pensar que la mujer era “defectuosa”o “imperfecta”.

En la medicina medieval que trataba especialmente acerca de los humores en el cuerpo, se afirmaba que mediante el flujo de sangre la mujer liberaba aquellos que se habían agitado a lo largo del mes. Acerca de esto conviene profundizar en las descripciones hechas por Santa Hildegarda de Bingen. Tanto en sus observaciones, como en la de distintos médicos de la época, se extendió la tesis acerca de la influencia de la luna en el ciclo de la mujer y nunca se puso en duda de su necesidad para la fertilidad.

Aunque, desde antiguo, se observaba la relación entre el ciclo menstrual y la capacidad de concebir, no es sino hasta el s. XVII que se descubre la presencia de foículos en los ovarios y hacia el s. XIX que se encontraron los cambios en el endometrio durante el ciclo, culminando con los estudios que a principios del XX, encontraron la explicación científica acerca del ciclo y su relación con el estrógeno y la progesterona.

Visión de distintas culturas

Existen muchos mitos y leyendas acerca de este tema en las culturas de todo el mundo. En América y Australia es corriente que se asocie el periodo con daños causados por animales, en África encontramos creencias que prohiben que la mujer en sus días mire al cielo, afirmando que esto atraería tormentas, además de marcar con pigmento la cara de las mujeres que se encontraran menstruando.

Varias de las culturas que son pilares de la civilización actual, marcaron la idea de que la mujer se encontraba impura durante su regla. Para los persas, por ejemplo, la mujer en sus días o luego de dar a luz era impura, por lo que debía ser aislada en un cuarto lleno de paja seca y lejos del agua y el fuego que se consideraban elementos limpios.

En la india oriental, los rituales de los vedas establecían una serie de lavados en varias partes del cuerpo y zambullirse más de ochenta veces en un río.

Encontramos también, que en la cultura judía tanto el Levítico como el Talmud marca que “Una mujer menstruante es impura por siete días y tiene que realizar un ritual de impureza aun si ella sangra por menos de siete días”, siendo apartada de su esposo, quien, bajo pena de muerte, no podía cohabitar con ella durante aquellos días.

El cristianismo, al proceder del judaísmo, adoptó una concepción similar, por la cual se extendieron una serie de prohibiciones sociales que afectaban a las mujeres, por ejemplo el no poder entrar a las iglesias durante los días de la regla. Esta norma de conducta adoptada por las autoridades eclesiales, parece contraria a la revelación dada por Dios a la ya mencionada Hildegarda de Bingen, en la cual le dice que no debe la mujer privarse de entrar en su templo durante aquellos días, e incluso resalta la delicadeza y el cuidado con que debe ser tratada durante su periodo.

A pesar de esta visión de impureza, en varias culturas, la llegada de la menarquia es motivo de fiesta, pues inicia a la mujer en su edad fértil, lo cual universalmente es considerado como una bendición. Además, en varias narrativas de culturas ancestrales se habla del encuentro de mujeres que, durante su periodo, se reunían en una misma tienda para compartir y transmitir conocimientos sobre sexualidad y feminidad.

Ni sucio, ni malo, ni feo

Nos damos cuenta que considerar la menstruación como algo impuro tiene raíces culturales y no científicas ni filosóficas. Se ha asociado la regla con un proceso de suciedad, cuando en realidad es una fase de limpieza y regeneración, por medio de la cual se desprende el endometrio. Cada nuevo periodo es una oportunidad que las mujeres tenemos para renovarnos y conectar con nosotras mismas y con el mundo.



Expresiones como “estoy enferma” apoyan la connotación peyorativa que ha marcado este tema y nos aleja del conocimiento sano y bueno que necesitamos para cuidarnos y cuidar de los demás. De hecho, un indicador de enfermedad, contrariamente a las afirmaciones mencionadas, es la irregularidad o ausencia de la regla en edad fértil, por lo que una falta de menstruación o la vivencia de periodos irregulares es lo que realmente debería llevarnos a exclamar ¡estoy enferma!
La sangre que perdemos esos días está compuesta de agua proteínas, lípidos, hormonas y aquello que se desprende del endometrio, así como también de células madre, nutrientes y minerales. No se trata de nada sucio o tóxico. Las tóxinas o contaminantes que se pueden encontrar en ella proceden de los parabenos y químicos a los que nos exponemos día a día. De modo que el propio cuerpo no produce contaminación ni suciedad.

De hecho, quizás te sorprenda saber que la sangre que perdemos en nuestros días ni siquiera huele mal, es el contacto con los químicos de los accesorios desechables lo que produce un olor específico. Lo que puede producir mal olor es la falta de higiene, pues al igual que cualquier fluido que salga del cuerpo, pasadas unas horas se empezará a descomponer a causa de las bacterias y la humedad. Quienes han cambiado su forma de vivir el ciclo usando productos amigables con el cuerpo y el planeta son testigos de la verdad de esta afirmación.

La belleza de una rosa

A pesar de que la menstruación no tiene nada de sucio, malo o feo, tampoco se trata de algo que haya que exhibir como noticia mural, pues es parte de nuestra intimidad y, como puede leer en varios de nuestros artículos, ésta es el centro de nuestro ser que no todo el mundo puede apreciar.

No se trata de tener vergüenza o tratar el tema como un tabú cargado de peso negativo, sino más bien de cuidarlo como un tesoro que debemos vivir en plenitud y compartir sólo en los lugares, momentos y con las personas adecuadas. Así custodiaremos el tesoro de nuestro cuerpo y nuestra intimidad.


Para hacer una comparación que resulte fácil de comprender: imagina que tienes en tus manos una preciosa rosa. Si la observas y la tratas con delicadeza, poniéndola en un lugar donde poder contemplarla, ella mostrará su color y esparcirá su aroma alegrando el sitio donde se encuentre. Pero, si al observar su belleza la tomas entre las manos y comienzas a toquetearla y desgastarla, verás cómo poco a poco sus pétalos se caen y la flor pierde su encanto. Lo mismo sucede con nuestra feminidad y los temas relacionados al ciclo y la sexualidad. Si los observamos con respeto y reverencia, poniéndolos en el lugar que corresponde, comprenderemos su grandeza y nos dejaremos maravillar por su hermosura. Por el contrario, si faltando al respeto y el pudor los manoseamos y exponemos a los cuatro vientos, estaremos acabando con su encanto y perdiendo el verdadero valor que tienen.

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